Silencio
by Juan Manuel Canevello
Así como le tememos al silencio, y nos escondemos de nosotros mismos y de la realidad, evadiéndonos y refugiándonos en el ruido y la actividad desmedida, así también le tememos al silencio de Dios. Tememos a su silencio en su muerte en cruz. A su silencio de ser el Mesías. A su silencio mientras es sacudida la barca.
El mundo padece hambre, pobreza inhumana, injusticias, crímenes, violencia, guerra, división... ¿Y Dios dónde está?, nos preguntamos. O muchos usan este argumento para no creer: ¿cómo pueden hablarme de un Dios amor en un mundo como este?
Quizás no hemos entendido que el silencio de Dios es un silencio operante, con la fuerza y el dinamismo único del Omnipotente, del Todopoderoso. Sino que queremos entender a Dios sin Dios. Queremos armar los planes y decirle lo que tiene que hacer. Dios transforma todo desde lo más profundo, desde lo más íntimo, allí donde ni el hombre mismo puede llegar. No hace cambios superficiales, accidentales, sino que va a la raíz. No quiere ser elevado al trono del “mesías temporal”, rehuye de este título, lo detesta porque lo confunden y no le permite al hombre trascender y encontrarse con el verdadero Dios que está más allá del hombre y a la vez más íntimo que su misma intimidad. Dios no hace cambios de estructuras y sistemas, al menos no directamente. Él conoce al hombre, conoce la historia, y sabe muy bien que el drama del hombre está dentro suyo, en el corazón del hombre, en el núcleo de su personalidad. Si no cambia en corazón del hombre, hasta el más perfecto sistema o estructura se corrompe. Por eso Dios obra en silencio en los corazones, allí va creciendo el Reino de Dios, Reino de Justicia, de verdad, de caridad. Donde la autoridad y el poder son servicio. Donde el que quiere ser el primero debe hacerse el último y el servidor de todos. Claro que hay estructuras de pecado (de injusticias, generadoras de pobreza material, moral, espiritual, que pisan, aplastan y esclavizan al débil, al inocente, al pobre) y que hay que transformarlas. Pero necesitamos un cambio más profundo, de raíz, para que esta enfermedad no se marche y vuelva con otro nombre. Si no prestamos atención a cómo filosofías y corrientes de pensamiento prometedoras de la liberación del hombre, se volvieron el más tirano y despótico sistema contra el mismo hombre, que arrasó con millones de vidas humanas considerándolas inferiores o débiles. Porque no importaban las personas, sino el proyecto, el sistema que pretendía una nueva y más fuerte raza humana (del paraíso terrestre). Parecemos no escarmentar. No entendemos que sin Dios el hombre queda sin explicación y sin sentido, encerrado en la ........ del mundo. La ausencia de Dios en la vida del hombre lo conduce a la irracionalidad, lo animaliza, lo primitiviza. Vuelve al hombre contra el propio hombre.
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Por eso, hoy más que nunca, debemos afirmar aquella verdad que se eleva para dar luz en medio de tanta oscuridad y desconcierto: “El misterio del hombre se esclarece a la luz del misterio del Verbo Encarnado. Jesucristo le manifiesta el hombre al propio hombre y le muestra la grandeza de su vocación”. Dios se hace carne. El silencio eterno del Padre se hace Palabra, entra en la historia. Y le devuelve al hombre la posibilidad de encontrarse consigo mismo, encontrándose con su Creador y Redentor. La pregunta “¿qué es el hombre?” sólo puede responderse desde la pregunta ¿quién es Dios? Sólo Jesucristo tiene la respuesta a todos los interrogantes y aspiraciones más profundas del hombre.
Cristo se hace presente al hombre por el Espíritu Santo en la mayor intimidad de su ser y desde allí le abre sus “ojos” con la luz de la fe al misterio del hombre iluminado por el misterio de Cristo; le abre su corazón hacia el infinito despertándole el deseo de plenitud y felicidad eterna inscripto en su interior, oscurecido y ofuscado por el pecado.
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Cristo no señala desde fuera cómo ha de ser y obrar el hombre como alguien extrínseco que funciona de modelo de perfección y norma, lo cual disecaría todo lo espontáneo y bello del vivir de cada persona, sino que también penetra en lo más íntimo de cada uno y, desde dentro, asume, sana, perfecciona y eleva todo su ser, no quitando lo más auténtico y genuino, ni anulando la libertad, sino todo lo contrario, llevándolo todo a su más alta plenitud.
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Por eso, no tengamos miedo al silencio de Dios, mas bien escuchemos su mensaje…
By Juan Manuel Canevello